sábado, 23 de abril de 2011

¡¡ QUÉ NOCHE TAN DICHOSA !!

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado».
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».


Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea», dijeron los ángeles a las mujeres. Dios nos ofrece hoy su gran regalo... el sepulcro vacío, como una “caja vacía”. Pero recordando lo que la Palabra de Dios nos ha ido anunciando, después de lo que hemos contemplado a lo largo de esta Fantástica Semana Santa, ¿seguimos considerando el sepulcro vacío como una incógnita? ¿Creemos en el mensaje que contiene, o como los Apóstoles lo toamos por un delirio? ¿Qué razones tenemos para creer que verdaderamente el Señor ha resucitado? «Así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva», decía san Pablo en la Epístola. Como hicieron los Apóstoles, el mejor testimonio de la resurrección del Señor será que andemos en una vida nueva, una vida que conoce cuál es su meta: vivir con Cristo eternamente. Que esa certeza sea el motivo de nuestra alegría esta noche, en la que culmina la Fantástica Semana Santa que Dios nos ha ofrecido. Démosle gracias haciendo nuestras las palabras que hemos escuchado en el Pregón Pascual: «En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todoMel afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo... Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¡Qué noche tan dichosa!»

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